Plano
como la mesa
sobre
la que se extiende.
Bajo
él nada se mueve
ni
busca una salida.
Sobre
él mi humano aliento
no
crea remolinos de aire
y
deja en paz
toda
su superficie.
Sus
llanuras y valles siempre son verdes,
sus
mesetas y montes, amarillos y ocres,
y
los mares y océanos de un azul amigable
en
sus desgarradas orillas.
Aquí
todo es pequeño, cercano y accesible.
Puedo
con el filo de la uña aplastar los volcanes,
acariciar
los polos sin gruesos guantes;
puedo
con una mirada
abarcar
cualquier desierto
junto
a un río que está justo ahí al lado.
Las
selvas están marcadas con algunos arbolitos
entre
los que sería difícil perderse.
Al
este y al oeste,
sobre
y bajo el ecuador,
un
espacio sembrado de un silencio absoluto
y
en cada oscura semilla
hay
gente viviendo tan tranquila.
Fosas
comunes y ruinas inesperadas,
de
eso nada en esta imagen.
Las
fronteras de los países son apenas visibles,
como
si dudaran si ser o no ser.
Me
gustan los mapas porque mienten.
Porque
no dejan paso a la cruda verdad.
Porque
magnánimos y con humor bonachón
me
despliegan en la mesa un mundo
no
de este mundo.
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